Martin Díaz-Zorita Facultad de Agronomia Universidad Nacional de La Pampa (FA UNLPam)

El girasol es un cultivo clave dentro de las rotaciones agropecuarias argentinas enfrentando hoy un desafío importante: la pérdida de fertilidad en los suelos. En este escenario, y tal como ocurre con el resto de los cultivos de cosecha, la fertilización es una práctica de peso. Es la decisión agronómica de acompañar al cultivo con la nutrición justa, en el momento adecuado, para que pueda expresar todo su mejor resultado en los diversos ambientes donde se lo cultiva. El girasol, gracias al rápido crecimiento de sus raíces profundas que exploran los perfiles de los suelos, tiene una gran capacidad de adaptarse a condiciones difíciles. Esta ventaja se potencia cuando el cultivo se inicia con una adecuada implantación y la nutrición acompaña. Abundan, y no son recientes, los estudios que analizan y describen, en todas las regiones girasoleras argentinas, como establecer planteos responsables para su nutrición.

El fósforo es el punto de partida del cultivo. Es el nutriente que permite alcanzar una adecuada implantación, que las plantas crezcan uniformemente y que en definitiva el cultivo se desarrolle haciendo un uso eficiente de los recursos disponibles desde su inicio. En muchos lotes de la región pampeana, los análisis de suelo muestran valores de fósforo extractables por debajo de las 15 ppm, un umbral que limita el crecimiento. En estas condiciones, aplicar entre 20 y 40 kilos de P₂O₅ por hectárea permite alcanzar un crecimiento vigoroso desde el inicio, ayudando a la mayor exploración de las raíces y mejorando la eficiencia en el uso del agua.

El nitrógeno también tiene un papel decisivo en consolidar la producción. Cuando falta, el girasol lo muestra con plantas de menor porte, hojas verde pálidas o amarillentas y capítulos con menos granos. Ensayos realizados en distintas zonas muestran que, en condiciones deficitarias, las respuestas a aplicaciones de entre 40 y 60 kilos de N por hectárea promedian en algo más del 10% del rendimiento alcanzable. Los resultados de estudios del proyecto de estrategias de Fertilizar AC realizados en Macachín (La Pampa) muestran que al combinar la aplicación de nitrógeno y de fosforo, la producción aumenta en casi un 20 % frente a los esquemas tradicionales de solo fósforo o sin fertilización.

Además de diagnosticar cuales son los nutrientes para aplicar es importante considerar cómo hacerlo. Colocar fertilizantes en contacto directo con las semillas puede provocar daños y afectar la emergencia. Las fuentes fosfatadas hay que ubicarlas en bandas separadas de la línea de siembra mientras que las aplicaciones de nitrógeno son convenientes de ubicar en cobertura (“al voleo”) o incorporadas en los entresurcos alejados de las plantas.

En algunos suelos, sobre todo los más arenosos y con menos materia orgánica, es frecuente encontrar otra limitante: la falta de boro. Aunque se trata de un micronutriente, su impacto es grande porque permite lograr una adecuada floración y llenado de los granos. La fertilización, principalmente por vía foliar próxima al inicio de la floración, mejora la estabilidad de la producción y reduce problemas de corte y caída de los capítulos.

En síntesis, en un contexto de suelos cada vez con mayor frecuencia de limitaciones nutricionales, la fertilización no es una opción, sino una necesidad. Con diagnóstico de suelos y asesoramiento profesional, el girasol puede seguir siendo un cultivo rentable, competitivo y estratégico en la agricultura argentina.