Por Guido di Mauro, Universidad Nacional de Rosario

Argentina aun es uno de los principales productores de soja del mundo, pero enfrenta un visible desafío: disminuir la diferencia entre lo que la soja podría rendir y lo que efectivamente producen los lotes. Investigaciones recientes muestran que es posible reducir esta brecha a partir de cambios en la nutrición y la adopción tecnológica.

Durante décadas, la soja argentina tuvo una ventaja natural. A diferencia de otros países, donde es necesario aplicar grandes cantidades de fertilizantes para alcanzar rendimientos moderados, en nuestro país los suelos permitieron lograr buenos rendimientos incluso sin fertilización. Esa disponibilidad inicial de nutrientes fue un factor decisivo en la expansión del cultivo, pero también la razón por la que el sistema se apoyó principalmente en la fertilidad natural sin apelar a una reposición adecuada. Los resultados de esta ecuación están a la vista, balances negativos de nutrientes y suelos que muestran signos de agotamiento.

Actualmente, solo la mitad de la superficie sembrada con soja recibe algún tipo de fertilización, y aún en esos lotes, las dosis aplicadas suelen estar por debajo de los requerimientos del cultivo. En la región núcleo y en el sur del país los niveles de fósforo son bajos, lo que limita directamente la producción. En contraste, suelos del norte y del oeste todavía cuentan con niveles de fósforo disponible suficientes, lo que explica que los resultados de la fertilización sean menos consistentes. Esta variedad de situaciones refleja que hacer un buen diagnóstico es clave para el diseño de cualquier estrategia que apunte a cerrar de brechas de rendimiento. Paradójicamente, apenas un 20% de los productores realiza análisis de suelo. Esto implica que la fertilización se realice sin información precisa y, en consecuencia, se mantengan balances deficitarios. Estos últimos no solo reducen la productividad, sino que también comprometen la sustentabilidad del sistema agrícola. Alternativamente, experimentos de largo plazo han mostrado que una fertilización balanceada — que incluya fósforo, azufre y nitrógeno dentro de la rotación de los cultivos— permitiría sostener altos rendimientos de soja y maximizar los beneficios económicos a nivel de todo el sistema.

Relevamientos confirman estas tendencias, donde solo tres de cada diez productores alcanzan un nivel de adopción tecnológica alto y la proporción aquellos que realizan análisis de suelo es baja. La brecha de rendimiento de la soja en Argentina no depende en forma individual del clima, la genética o la fecha de siembra elegida, sino también de cómo se maneja la nutrición del cultivo. El desafío actual es aprovechar la sinergia entre estas prácticas para aumentar rendimiento y revertir patrones de extracción neta de nutrientes. Cerrar esa brecha permitiría no solo aumentar la producción, sino también asegurar la sustentabilidad del sistema.

Aunque Argentina sigue siendo un actor clave en la producción mundial de soja, enfrenta una brecha de rendimiento significativa que limita su verdadero potencial. Esta brecha no se debe solo a factores climáticos o genéticos, sino principalmente a una nutrición deficiente del cultivo y a una baja adopción tecnológica. Mejorar el diagnóstico del suelo, aplicar una fertilización balanceada y adoptar prácticas agronómicas más precisas son pasos esenciales para aumentar la productividad y garantizar la sustentabilidad del sistema agrícola a largo plazo.